Vicente, como de costumbre, se encontraba en su furgoneta de reparto de agua, listo para comenzar su ruta matutina. La penumbra de la madrugada envolvía las calles desiertas mientras esperaba ansiosamente a que Mariela pasara por su camino hacia el trabajo.
Ella, con su aura misteriosa y su atractivo magnético, siempre lo hipnotizaba. Vestía una chaqueta de cuero ajustada que realzaba sus curvas y su cabello oscuro caía en ondas sueltas sobre sus hombros. Sus ojos brillaban con una chispa de aventura y su sonrisa coqueta encendía una llama de deseo en Vicente.
Desde su furgoneta, él la observaba con avidez, saboreando cada detalle de su apariencia. La forma en que se movía con seguridad y gracia, el brillo de su piel bajo la luz de la luna, la curva de sus labios rojos. Sentía un ardiente deseo carnal que lo consumía, pero también una profunda frustración por no haberse atrevido a hablarle aún.
Aunque se repetía a sí mismo que solo era un deseo pasajero, una atracción física, no podía evitar sentirse abrumado por la presencia de Mariela. Se mordía los labios, imaginando cómo sería tocar su piel suave, perderse en su aroma embriagador, saborear sus labios con pasión.
Pero Mariela seguía su camino, ajena a los pensamientos desenfrenados de Vicente. Él, atrapado en su propia timidez y temor al rechazo, solo podía seguir mirándola en silencio desde su furgoneta, anhelando un encuentro que solo existía en su imaginación.
Así, en esa madrugada como en tantas otras, Vicente la vio pasar con una mezcla de lujuria y desesperación, sintiendo cómo su deseo por Mariela lo consumía por dentro, pero sin atreverse a dar el paso para saciar su anhelo. Sabía que debía controlarse, que era solo un capricho pasajero, pero la atracción que sentía hacia ella era irresistible y lo empujaba a desearla con una intensidad que lo enloquecía.
(***)
Aquella noche, Vicente la pasó en vela, incapaz de sacudirse de la mente la imagen de Mariela, que lo había cautivado. Su deseo carnal lo consumía, alimentando su imaginación con fantasías ardientes de lo que podría suceder si se atreviera a abordarla. Cada vez que cerraba los ojos, la veía pasar en su furgoneta, su silueta esbelta y su cabello oscuro ondeando al viento, despertando en él una necesidad insaciable.
A la mañana siguiente, sin poder resistirse más a su impulsivo deseo, Vicente se levantó temprano y se vistió solo con una bata, que dejaba al descubierto su torso. Apenas tomó un sorbo de café, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, antes de salir en busca de Mariela.
Cuando la vio acercarse en su rutina habitual, Vicente se llenó de una excitación incontrolable.
Sin pensarlo dos veces, salió de su furgoneta en un impulso, vestido solo con aquella bata desgastada que llevaba puesta. La prenda, que apenas cubría su cuerpo, se abrió ligeramente mientras corría hacia Mariela, mostrando su pecho velludo y dejando entrever su masculinidad. Se lanzó hacia Mariela con una determinación casi desesperada y se abrió la bata de par en par frente a ella, buscando exhibir su virilidad.
El cuerpo del hombre, tenso y tembloroso, se inclinaba hacia adelante, buscando impresionar a Mariela con su presencia. Sus manos, casi convulsivas, se aferraban a los bordes de la bata, como si estuviera a punto de desgarrarla con la fuerza de su ansia. Sus labios se abrían en una sonrisa lujuriosa, mostrando sus dientes en una expresión casi salvaje. Su cabello alborotado caía en mechones sobre su frente perlada de sudor, mientras su respiración agitada revelaba su excitación. Sus ojos, desorbitados y con una chispa de locura, se clavaban en Mariela con una intensidad casi obsesiva.
Sin embargo, en lugar de recibir la reacción que esperaba, Mariela lo miró con una mezcla de incredulidad y desprecio. Vicente no parecía notarlo, o simplemente no le importaba, ya que su atención estaba completamente centrada en ella.
(***)
El momento fue abrupto y Vicente apenas tuvo tiempo de reaccionar. Mariela, con una rapidez sorprendente, agarró con fuerza sus testículos, causándole un intenso dolor. Los ojos del hombre se abrieron de par en par y su rostro se contorsionó en una mezcla de asombro y agonía.
Mariela se acercó a él, dejando su cara a centímetros de la de la de Vicente, susurrando con un tono gélido en su oído. “Ahora, vas a calmarte”, murmuró con una sonrisa burlona. “Y vas a prestarme toda tu atención”.
Vicente, en su desconcierto, no pudo articular palabra alguna. El dolor en su entrepierna era punzante y abrumador, pero la humillación lo era aún más.
Él sintió cinco dedos punzantes clavándose en la parte más sensible de su anatomía, el dolor lo traía de vuelta a la realidad de la que había sido abstraído por la lujuria. Ella sintió el calor y la suavidad de las maleables gónadas. Los músculos en el cuerpo del primero se tensaban, marcando las venas de su gesto, mientras la segunda relajaba su expresión.
En medio del encuentro íntimo entre las manos de la joven y los testículos del hombre, el otrora enhiesto miembro retrocedió vencido, cayendo frío sobre la muñeca de Mariela. Vilipendiado, siguió encogiéndose hasta convertirse en un tímido pellejo, apenas visible entre una abundante mata de vello.
“¡Vaya, vaya!, mucho bosque y poco tigre; mucha pistola y poco calibre”, dijo con sarcasmo, recorriendo con su mirada a Vicente de arriba abajo con una expresión de desdén. “Esta va a ser la última vez. Escúchame bien, la última vez que saques a pasear a tu triste pajarito delante de desconocidas”. Sus palabras golpearon a Vicente como un puñal, hiriendo su orgullo y confianza en sí mismo.
Finalmente, Mariela liberó los testículos de Vicente, éste, preso de la vergüenza y la humillación, se cubrió rápidamente la entrepierna con las manos, sintiendo cómo su rostro se enrojecía de vergüenza. Mariela, con su esbelta figura y su cabello oscuro y ondulado, parecía aún más imponente en contraste con la situación.
“¿Por qué te tapas?, ¿no estabas, hace un momento, intentando enseñarme eso que escondes ahí”, continuó Mariela con una sonrisa maliciosa en su rostro, mientras cruzaba los brazos sobre su pecho, resaltando su escote pronunciado, “espero que hayas aprendido la lección”. Sus palabras eran afiladas como cuchillos, hiriendo el ego de Vicente hasta lo más profundo.
Él se sentía expuesto, vulnerable y humillado. Su ego había sido destrozado en cuestión de segundos, y su arrogancia se había desmoronado por completo. Miró a Mariela, sus ojos llenos de incredulidad y humillación, incapaz de encontrar las palabras adecuadas.
Cuando el hombre intentó abrocharse la bata para ocultar sus órganos lastimados; sin previo aviso, Mariela dio un paso adelante y le propinó un golpe certero en la entrepierna, haciendo que Vicente soltara un grito de dolor y se doblara hacia adelante.
“¡Eso es lo que mereces, pervertido!”, exclamó Mariela con desprecio, su mirada desafiante mientras se acomodaba el cabello con un gesto altivo, “¿en qué año te crees que vives? Vuelve a exhibir en público ese ridículo apéndice y acabarás meando por una pajita, gilipollas”.
Mariela, con una sonrisa satisfecha, dio un paso atrás, disfrutando de su victoria sobre Vicente. “Ya lo sabes”, dijo con voz fría. “Que sea la última vez”.
Con eso, Mariela se alejó, dejando a Vicente en el suelo, sintiendo una mezcla de vergüenza, dolor y humillación. Comprendió en ese momento que su actitud había tenido un alto costo; aquella fue la última vez que pudo erguir su mástil.
Desde ese momento, Vicente asoció la excitación al desafortunado encuentro con Mariela, y sus órganos respondían instintivamente en contra de los instintos del hombre, desplomándose.
Buenísimo (muy sexy jaja) :p
Hermosa la forma en que describes cada detalle