Con Pablo en el hospital ya sin gónadas en su escroto después de que la pequeña Eva se los aplastara de un puñetazo, ahora estaba por decidirse la continuidad del torneo. Pero antes, el senpai del joven eunuco tenía una conversación pendiente con la senpai de Eva, Olga.
¿Por qué le enseñas a tus alumnas técnicas prohibidas? ¡Eres una irresponsable!. – le recriminó, ahora más cabreado que conmocionado.
Las enseño porque son técnicas muy útiles para una mujer en caso de defensa. Aquí el único irresponsable eres tú, que le has permitido a tus chicos luchar sin protección. Si yo enseñara a chicos no los dejaría pelear con algo tan importante y frágil sin protección. Ha quedado claro que los hombres necesitáis proteger esa parte, pero no lo aceptáis por vuestro ridículo orgullo masculino – sentenció Olga dejándolo callado, aunque el hombre no estaba dispuesto a darle la razón tan fácilmente.
Sin que se percataran, junto al tatami en el que estaban se habían concentrado todos los participantes del torneo, que observaban y escuchaban la discusión mientras la noticia de la castración de Pablo ya era más que conocida entre ellos y el público, que miraba la discusión muy conmocionado.
Varios senpais y alumnos tuvieron que separar a los compañeros de Pablo de las chicas porque éstos habían ido a vengar a su amigo. Aunque finalmente los chicos agradecieron que pararan la pelea porque las chicas se defendieron con ferocidad. Cuando los separaron todas las chicas estaban en pie con nada más que algún rasguño o golpes sin importancia, mientras que cuatro chicos habían caído. Dos con las manos en la cara y otros dos sujetando sus genitales en posición fetal.
Controla a tus chicos si no quieres que haya más testículos rotos. – le dijo Olga al senpai de los chicos.
Mientras esto sucedía, por el lado opuesto apareció el juez principal al que Olga había apretado los testículos en el baño. El hombre se acercaba con cara de pocos amigos y Olga tuvo que esforzarse para no sonreír al verlo andar medio cojo y ligeramente encorvado. Era evidente que aún se resentía por el apretón.
Esta mujer me ha agredido cuando me he negado a cancelar la descalificación de su alumna. – dijo el hombre alto y claro.
¿Qué te ha hecho? – preguntó la jueza al no apreciar signos de agresión.
Me ha… me ha apretado los testículos. – confesó el hombre más avergonzado de lo que esperaba.
La jueza miró a Olga con expresión de sorpresa y cierta diversión.
Está claro que le gusta atacar a los hombres y le enseña a sus alumnas a hacerlo. Pues ya es hora de que un hombre te ponga en tu lugar. – dijo el senpai de Pablo dando un paso al frente y postulándose para una pelea.
Venga, atacad, puedo con los dos a la vez. – respondió Olga aceptando el reto.
¡No! No voy a luchar en superioridad numérica contra una mujer – dijo el juez principal. – no será que necesario que nadie más se ensucie las manos, seré yo quien le de su merecido como le dije después de que me agrediera.
El senpai de Pablo casi le estaba agradecido, ya que detrás de su bravuconearía se escondía un gran temor hacía Olga; aún le rondaban en la cabeza las palabras de la doctora sobre el fatídico final de las gónadas de su alumno y pensaba que si lo había hecho una de sus alumnas, Olga sería mucho más peligrosa.
Antes de comenzar la pelea, Olga tiró hacia abajo de la parte superior de su kimono negro, ciñéndolo un poco más y aumentando el tamaño del ya generoso escote. Sabía que su belleza era una distracción para sus contrincantes varones y no dudó en utilizarla. Tanto sus aprendices como los del juez animaban sin parar.
El hombre hizo un esfuerzo por concentrarse en sus preciosos ojos azules, pero en cuanto la mujer empezó a moverse y sus tetas con ella, no le fue nada fácil. Entre eso y que sus testículos no estaban recuperados, se vio obligado a dejarle la iniciativa del combate a la mujer, a la espera de un buen contraataque. Pero el tiempo pasaba sin que tuviera una sola oportunidad y cada vez le costaba más detener los ataques de Olga.
No tardó la mujer en conectar un golpe certero: giró sobre sí misma y de espaldas al hombre realizó una patada alta. En el giro casi se le sale una teta y el hombre pudo ver la areola del pezón, lo que lo distrajo lo suficiente como para recibir el talón de Olga en la cara. La mujer apuntó a la nariz, que hubiera roto sin duda, pero el hombre consiguió agacharse un poco y el pie impactó en su frente. Cayó al suelo ante el estruendo del público, pero pronto se levantó y se lanzó hacia Olga con más corazón que cabeza, pues estaba bastante aturdido.
Olga lo recibió con otra patada de talón después de girar 180º. Él intentó cubrirse la cara rápidamente y antes de que sus brazos le quitaran la visión pudo ver como la perfecta y blanca teta de Olga esta vez sí salía de su kimono negro. Sin embargo, tenía cosas más importantes en las que pensar, ya que esta segunda patada de la mujer no fue alta como él había intuido, sino que fue directa a su entrepierna, machacando los testículos con su duro talón.
La alta mujer sintió en su pie un bulto blando y sonrió sabiendo que su puntería no le había fallado. Cuando se dio la vuelta para mirarlo, ya estaba de rodillas con la cara en el suelo, gimiendo con la cara descompuesta. Desde atrás se le veían las manos sujetando la maltrecha entrepierna. De haber podido no hubiera sucumbido delante de sus alumnos, el resto participantes y padres y madres de éstos, así como el resto de senpais y el personal sanitario, pero la patada de Olga no le hubiera dado opción ni al mejor de los monjes shaolín.
Aunque en ese momento le preocupara más la humillación pública que estaba sufriendo, horas más tarde, al ver el estado de sus testículos, daría las gracias por conservarlos tras semejante patada. Su suerte fue que recibió la patada estando medio girado (en la típica postura de artes marciales) por lo que el pie de Olga aplastó sus testículos contra el interior de su pierna, una zona relativamente blanda. De haber recibido esa patada posicionado frontalmente, el resultado habría sido incluso peor que el puñetazo de Eva a los testículos de Pablo, pues la patada de Olga fue mucho más potente. No obstante, el daño no fue moco de pavo, pues tuvieron que operarlo para salvar los destrozados testículos.
Pero antes de eso aún le quedaba soportar el murmullo del público, las risas de las alumnas de Olga y a la propia Olga en pie frente a él con las manos en jarra sobre las caderas y todavía con la teta a la vista de todos.
Debiste hacerme caso. – la oyó decir desde las alturas.
La doctora no perdió tiempo y ordenó a sus ayudantes cargar al hombre y llevarlo la enfermería a la espera de que la ambulancia vuelva de llevar a Pablo. El hombre se negó a que lo vieran salir así y pidió un poco de tiempo, pero solo consiguió alargar la humillación pues tras cinco minutos fue él mismo quien les suplicó que lo llevaran a la enfermería porque el dolor cada vez era peor.
Mientras esperaban a que el juez aceptara que no iba a salir de allí por su propio pie, Olga le indicó al senpai de Pablo que era su turno.
De acuerdo, pero tápate. – le pidió mirando descaradamente la teta izquierda de la mujer, que seguía fuera del kimono. Su rosado pezón estaba duro desde que sintió los testículos del juez aplastados por su pie.
¿Acaso te intimida el cuerpo de una mujer? De haber sabido que tendría que pelear me hubiera puesto sujetador, sin él es muy incómodo luchar.
¡Tápate de una vez, hay menores delante! – insistió el hombre, que como todos no podía dejar de mirar el pecho de Olga y sabía que así le sería imposible dar el 100%. Se sentía hipnotizado por aquel seno.
¿Sabes qué? Paso de tener que estar pendiente de que no se me salga una teta. Total, ya todos la habéis visto y a mí me gusta hacer topless. – dijo Olga desatando su cinturón y luego, para sorpresa de todos, quitándose la parte superior del kimono y tirándola a un lado.
A continuación, para deleite del público y demostrando que no le importaba que la vieran, meneó los hombros juguetonamente provocando el sensual movimiento de sus pechos. Todos los adolescenes presentes se empalmaron al momento y más de un hombre del público. El senpai se quedó ojiplático y le flaqueaban las piernas.
Sin más, Olga se acercó lentamente a él dando comienzo al combate.
¡Esperen! – intervino la doctora mientras sus ayudantes se llevaban por fin al juez en la camilla portátil – como responsable de la salud del torneo no puedo permitir que otro hombre salga herido.
¡Cómo que otro hombre? A quien tendrás que atender será a está putilla rusa en cuanto le de su merecido. – la interumpió el senpai, molesto porque la doctora diera por hecho que perdería.
Dados los acontecimientos es muy peligroso que pelee con esta mujer. Si lo hace, por su seguridad deberá ponerse un protector inguinal. – dijo la sanitaria con poca esperanza de que el hombre se ausente para proteger sus testículos.
No necesito su ayuda, llevo veinte años practicando karate y nunca he necesitado esa protección. Guarde sus consejos para ella, que es la que va con las tetas al aire sin protección. – sentenció él apartando a la mujer con el brazo y yendo directo hacia Olga. La doctora se apartó, molesta por su arrogancia.
En plena pelea, el hombre intentó centrarse y olvidar que su contrincante era una diosa. Demostró tener una técnica perfeccionada tras tantos años de entrenamiento, pero Olga no tardó en ver que el hombre apenas había tenido peleas reales, o al menos no en los últimos años. Tampoco ayudó el hecho de tener las tetas de Olga meneándose ante sus ojos con cada movimiento.
Olga era más ágil y explosiva, pero se mantuvo a la defensiva con la esperanza de que fuera un contrincante digno. Pronto vio que era inútil, el hombre estaba al límite y no era capaz de inquietarla, podía leer sus técnicas con facilidad, lentas y repetitivas. A los ojos del hombre y parte del público, su ataque era tan potente que la mujer tenía que limitarse a defender, incapaz de contraatacar. De este modo, la sorpresa fue aún mayor cuando la mujer decidió poner fin al poco estimulante combate.
Aprovechó una nueva patada frontal del hombre para esquivarla mínimamente (tanto que el pie le rozó la teta izquierda) dejando pasar la pierna bajo el brazo para atraparla a la altura de la rodilla cuando el hombre ya daba por exitosa su patada. A continuación, Olga solo tuvo que levantar su rodilla para encontrar la expuesta entrepierna del hombre. Le dio con todas sus fuerzas, pero no fue suficiente para destruir los testículos, pues Olga no notó el esperado crujido en la rosilla. Con cierta decepción, lo tumbó de un puñetazo en la boca.
El hombre cayó de espaldas al suelo, diciéndose a sí mismo que se levantaría de inmediato ignorando el dolor y continuaría con el combate, pues su mente entrenada se lo permitiría. Pero nunca sabrá si realmente hubiera sido capaz de hacerlo, ya que nada más tocar el suelo, Olga le pateó las pelotas dando un grito de pura furia. Justo después del impacto su mirada se cruzó con la de la mujer, que le ofreció una expresión burlona de dolor meneando otra vez las tetas.
Fue tal la fuerza de la patada que le metió los testículos dentro de su cuerpo por el canal inguinal (su única escapatoria). El hombre pudo sentir cómo sus gónadas subían hasta quedar incrustadas dentro de su bajo vientre, apretadas en el estrecho canal. No recordaba sensación más horrible. Era como si después del rodillazo y la patada dos manos invisibles le estuvieran apretando los testículos con una fuerza descomunal. Gritaba con voz aguda y se revolvía como un loco, palpando en busca de su virilidad.
¿Algo va mal? – le preguntó Olga arrodillándose junto a él. Por la ubicación y movimiento de las manos del hombre podía sospechar lo que pasaba.
Le advertí que no luchara sin protección inguinal.- le dijo la doctora acercándose, sin resistir la tentación de hacer el comentario y en el fondo sintiendo cierta alegría por acabar teniendo razón – ahí vuelven mis ayudantes, ¿Te llevamos a la enfermería o prefieres esperar para nada como el otro? – le preguntó con frialdad.
El hombre quería informarla de lo que sucedía en su entrepierna, pero tenía la sensación de tener los testículos en la traquea impidiéndole respirar, por lo que solo pudo exhalar gemidos leves mientras alzaba una mano hacia la doctora suplicando ayuda.
Nada de enfermería. A esos chavales les vendrá bien ver esto para saber que deben proteger su punto débil. – dijo Olga desnudando al hombre de cintura para abajo.
La ofendida doctora no hizo nada por evitarlo y se estremeció al ver, o más bien al no ver, los testículos colgando en el escroto. El hombre volvió a mirarla suplicando ayuda mientras sus manos seguían palpando poco más abajo del ombligo. Conforme los testículos se iban inflamando por los golpes, la presión sobre ellos era mayor. Su angustia crecía tan rápido como su dificultad para respirar.
¡Se los ha puesto de corbata! – dijo una alumna de Olga riendo junto a sus compañeras.
El resto del público, sobre todo el masculino, guardaba silencio totalmente estupefactos viendo el escroto vacío.
La doctora le pidió a sus ayudantes que lo inmovilizaran y lo atendió allí mismo. Palpó la pelvis del hombre hasta encontrar los testículos, muy arriba dentro de su cuerpo. Intentó reconducirlos con sus propios dedos, pero solo consiguió que el grito del hombre retumbara en el pabellón. De inmediato desistió y decidió llevarlo al hospital urgentemente, pues solo allí tenía alguna posibilidad de conservar los testículos.
¿No dijiste que no necesitabas su ayuda? – le preguntó Olga mientras lo subían a la camilla.
Él no pudo responder, pero sí vio la sonrisa en el rostro de la doctora y la expresión de superioridad de sus ayudantes. Mientras él, desprovisto de voluntad propia, salió de allí llorando como un bebé ante la mirada decepcionada de todos los chicos y las caras alegres de las chicas de Olga, que no paraban de reír y hacer comentarios.
En el hospital, cuando por fin consiguieron devolver los testículos a su lugar, estos estaban totalmente destrozados. La patada los había fracturado en la parte baja y la presión dentro del canal inguinal terminó de destrozarlos. Cuando el desgraciado hombre despertó, su escroto seguía vacío. Ahora sí podía decir que no necesitaba protección inguinal.
Finalmente no hubo campeón del torneo, pero sí hubo un perdedor: el sexo masculino, que quedó claramente retratado. Humillado. Castrado. Y no solo en sentido figurado, pues fueron dos los varones desprovistos de su virilidad, cuatro testículos destruidos por el poder femenino.
Esa fue la primera y la última vez que se celebró un torneo de karate mixto, pero desde entonces todo el mundo sabe que esta división por sexos no se hace por la menor fuerza y tamaño de las féminas, sino para proteger a los vulnerables varones, concretamente sus expuestos, delicados y frágiles testículos.
FIN
Autor: Anarosa450
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