En una cuidad cualquiera, cada año se celebra un torneo de Karate juvenil, en el que participan dojos (escuelas) tanto de la ciudad como de localidades cercanas. Por desgracia en la zona las artes marciales no son muy populares entre las chicas y sus categorías están prácticamente extinguidas. Las pocas chicas de cada dojo no suelen inscribirse para competir y únicamente van a ver y animar a sus compañeros.
Sin embargo, de una localidad cercana siempre se presenta un dojo en el que la mayoría de sus integrantes son chicas. Su senpai (maestra), harta de que sus alumnas compitan prácticamente entre ellas, lleva años pidiendo que el campeonato se realice de forma mixta. Y por fin este año la organización ha sucumbido ante la presión y permitirá a chicos y chicas enfrentarse cara a cara.
Las chicas estaban entusiasmadas ante la posibilidad de demostrar que son capaces de luchar contra los chicos e incluso derrotarlos. Estos en cambio no estaban tan conformes y comentaban la noticia entrando en el recinto.
¿Es verdad que también lucharemos contra chicas?
Sí, ¿Te lo puedes crees? así no podré emplearme a fondo.
Tendremos que tener cuidado de no lastimar a ninguna.
No te preocupes, cuando acabe la primera ronda y todas estén eliminadas el campeonato volverá a ser igual que siempre.
Y serán combates fáciles para probar técnicas.
Seguro que alguna acaba llorando porque alguien le da demasiado fuerte.
Las chicas escuchaban sus quejas y menosprecios mientras entraban con su senpai, Olga, una experta y preciosa mujer de 30 años, de rasgos y origen ruso. Desde las gradas no pasó desapercibida su esbelta figura de casi un metro ochenta de altura, melena negra como el tizón que contrastaba con sus ojos azules así como su piel clara, y un cuerpazo admirable incluso con kimono, el cual era tan negro como su cabello.
No les hagáis caso, chicas. Dicen eso pero en el fondo tienen miedo de que una chica les gane. Demostradles que se equivocan, tenéis que ganar a toda costa– les decía Olga con su marcado acento para motivar a sus chicas de entre 16 y 18 años.
Pronto tuvieron oportunidad de demostrar su valía. Tras la presentación del torneo y unos minutos de calentamiento, comenzaron a llamar a los participantes por la megafonía del enorme pabellón.
Tomás Pérez y Lucía García, tatami tres. – repitieron varias veces mientras el público, familiares y amigos en su mayoría, animaban y aplaudían eufóricos.
Ambos se saludaron con una referencia al llegar y se colocaron en posición esperando que los jueces indicaran el comienzo del combate.
¿Por qué en tu clase solo sois chicas? – preguntó Tomás antes de empezar.
Ha habido algunos chicos, pero siempre lo acaban dejando. – respondió Lucia.
Se cansarán de ganar siempre. – bromeó él.
Sí, creo que es por eso. – dijo ella en tono irónico.
Entonces dio comienzo el combate.
Lucia no dudó y se lanzó rápidamente al ataque, lo que pilló un poco por sorpresa a Tomás, que esperaba a una chiquilla asustada. Para cuando reaccionó la chica le llevaba ventaja. Tuvo suerte de que en estos campeonatos los golpes en puntos vitales solo se “marcan”, es decir, que no se llega a tocar al adversario, aunque por supuesto los jueces lo tienen muy en cuenta a la hora de puntuar. Tomás reaccionó e hizo sudar a la chica con su agresiva técnica, pero eso no le sirvió para compensar su mal inicio. El combate acabó y los 3 jueces, que no eran más que los senpai que se iban turnando, eligieron a Lucía como vencedora.
No podía creer que lo eliminara una chica y no estaba conforme con el veredicto, pero mantuvo la disciplina y, a pesar de la vergüenza, no protestó el resultado. Lucía estaba eufórica y fue a celebrarlo con sus amigas.
Eh! Yo no lo celebraría tanto, te han puntuado mejor por ser una chica, por eso has ganado. – le dijo Tomás, que la había seguido junto a varios compañeros.
Acepta la derrota, perdedor, si se pudiera golpear estarías KO nada más empezar. – dijo una compañera de Lucía.
En una pelea de verdad te hubiera machacado. – dijo él silenciando a las chicas, que miraron a su amiga.
¿Me estás retando? – preguntó Lucia.
Veo que lo vas pillando. – dijo Tomás, que había conseguido lo que quería: una oportunidad para demostrar que la victoria de la chica fue inmerecida.
Chicos y chicas se apartaron un poco de la zona de combates y de la vista del público. Fueron a una zona del pabellón que los participantes utilizan para practicar entre combate y combate.
Te aviso de que golpearé de verdad, nada de marcar los golpes, así que si vas a salir corriendo este es el momento. – informó el chico.
Calla y vamos a pelear de una vez. – dijo Lucía indicando que comenzaba el combate, esta vez sin saludo cordial ni nada parecido.
En esta ocasión fue Tomás el que se lanzó al ataque desde el principio, con golpes fuertes y malintencionados. Lucía no podía contraatacar, pero estaba consiguiendo detener todos los golpes del chico, no sin esfuerzo, sabiendo que uno de esos golpes podría acabar con el combate y por supuesto dejaría marca.
No sabes atacar, cobarde. – dijo Tomás, molesto por la actitud de su contrincante.
De nada sirve atacar y fallar. – respondió ella aumentando su enfado.
El enfurecido chico atacaba y atacaba a la ágil chica, pero solo consiguió cansarse, por lo que sus golpes se volvieron lentos y predecibles. Lucía, que quería darle una lección de humildad, recurrió a una técnica que tenía bastante perfeccionada y más que practicada: esperó una patada frontal para apartar su pierna con fuerza hacia un lado, de manera que desestabilizó totalmente al chico y lo dejó en una posición vulnerable perfecta para asestarle una potente patada frontal entre sus separadas piernas.
Le dio con tanta fuerza que lo elevó unos centímetros del suelo, al que cayó instantáneamente, sin tiempo para asimilar la derrota ni el dolor, que no tardó en aparecer en sus testículos y bajo-vientre, acabando con cualquier esperanza de levantarse. Los quejidos salían uno tras otro de su boca mientras se preguntaba qué había pasado, si tenía el combate bajo control….
¿Ves? No es cuestión de golpear mucho, sino de hacerlo bien y en el lugar indicado. – le dijo ella con una sonrisa desde arriba, mirando como se retorcía en agonía.
Eso es trampa. – dijo él entre sollozos, sujetando su escroto, en el que el dolor empeoraba por segundos.
¿Qué? Pero si tú has sido el que ha dicho que todo vale. Si tanto te preocupa que te golpeen en esas ridículas pelotitas no deberías pelear. – sentenció Lucía.
A Tomás le hubiera encantado seguir discutiendo, pero cada vez tenía más ganas de llorar y no quería darle esa satisfacción a las féminas, aunque todos notaron sus ojos brillar. Los compañeros del chico estaban pasando tanta vergüenza como él ante esa situación, por lo que decidieron pedirle que se levantara y le diera una lección al sexo opuesto. En el fondo sabían que después de esa patada ellos estarían igual que Tomás, pero se negaban a aceptar una derrota tan humillante para su género.
Él, que pensaba lo mismo que sus compañeros, ignoró el dolor y se puso de rodillas. Al ponerse a cuatro patas y dejar de sujetar su escroto, el dolor volvió a él súbitamente. Sabía que aunque se levantara no podría pelear, pero volver a echarse al suelo sería demasiado vergonzoso, por lo que ya no había marcha atrás, tenía que levantarse aunque fuera para irse de allí. Apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza para no vieran sus lágrimas mientras sacaba fuerzas de flaqueza para levantarse.
¡Cuidado! – oyó decir a un compañero.
Abrió los ojos y no vio a Lucía, pero sí sintió su pie volviendo a patearlo en los testículos, esta vez desde atrás. La chica no había desaprovechado la oportunidad al verlo cerrar los ojos y de este modo puso fin a su patético intento de levantarse.
Tomás no volvió a soltar su escroto y rodaba por el tatami sin poder hacer nada por ocultar las lágrimas ante las risas de las chicas. El dolor después de dos patadas seguidas era insoportable. Sus compañeros no soportaron la vergüenza ajena y se quitaron del medio dejándolo allí.
¿Necesitas ayuda? – le preguntó una joven de la organización que pasaba por allí y vio claramente que le habían dado un golpe en los testículos. No preguntó por lo ocurrido, pues pensó que se trataba de un golpe accidental practicando.
El chico negó con la cabeza, pero con los ojos llenos de lágrimas y sin poder hablar quedaba claro que era un ridículo e inútil intento de hacerse el macho.
Será mejor que te llevemos a la enfermería, los golpes en los testículos son muy peligrosos. – insistió la chica.
Sí, ve a que te miren los huevecitos a ver si se te han roto. – bromeó Lucía haciendo reír al resto de chicas.
La chica de la organización hizo un gesto a una compañera, que trajo una camilla y se lo llevaron a la enfermería, totalmente incapacitado.
¿Vas a querer otra revancha o has tenido suficiente por hoy? – le dijo Lucía acercándose a la camilla antes de que se lo llevaran.
Tomás, agonizando bocarriba con las manos en la entrepierna no encontró respuesta al hiriente comentario de la chica, por lo que permaneció en silencio, esperando que se lo llevaran de una vez, y también muy preocupado por la salud de sus testículos, los cuales le dolían horrores.
No deberías tomarte a broma los golpes en los testículos, puedes haberle hecho daños muy graves sin solución. – intervino una de las chicas que lo llevaba, aunque sus palabras solo sirvieron para avergonzar y asustar más al chico.
Antes de llegar a la enfermería, ya lejos de las chicas, Tomás se dejó llevar y lloró como una magdalena. Se sentía patético ante las chavalas que lo cargaban, pero no podía contenerse. En ese estado llegó a la enfermería, en la que las chicas informaron a una joven doctora.
A continuación fue desnudado, observado y dolorosamente toqueteado por la mujer, que no tardó en volver a llamar a las chicas para que lo llevarán a la ambulancia del recinto y que ésta lo llevara al hospital. Y es que Tomás tenía los testículos hinchados y amoratados, algo que le sucedía por primera vez en la vida a pesar de varias patadas recibidas. Era evidente que Lucía tenía fuerza en las piernas y una técnica muy pulida. Lloraba y se lamentaba al salir de la enfermería.
- ¿A dónde lo llevan? He venido a disculparme por la patada. – oyó de repetente la voz de Lucía, que los había seguido y llevaba todo el rato escuchándolo llorar desde fuera.
Tomás deseó que se lo tragara la tierra para no tener que vivir semejante humillación. Por si fuera poco, las chicas que llevaban la camilla se detuvieron para dejar que Lucía se disculpara.
- ¿Tú eres la chica que lo ha golpeado? Lo llevan al hospital. Se pondrá bien, pero le has hecho mucho daño. – le dijo la doctora para satisfacción de Lucía.
- Sí, se le ve bastante mal. Lo siento mucho, no quería hacerte daño. Al luchar siempre con chicas no estoy acostumbrada a tener cuidado con las partes bajas. – se disculpó la chica caminando hasta la camilla.
Tomás la miró entre lágrimas y pudo ver su expresión de orgullo y falsa compasión.
Será mejor que lo lleven ya y que al acabar el torneo vayas al hospital y te disculpes cuando esté mejor, ahora no puede hablar. Pero no te sientas mal, estas cosas pasan en los deportes de lucha. – dijo la doctora indicando a sus ayudantes que siguieran adelante.
Finalmente, para animar a la chica y cuando creyó que Tomás ya no podía escuchar (aunque sí lo hizo), felicitó a Lucía por su perfecta patada:
En estos casos suele haber un testículo más dañado, pero tu patada ha sido tan precisa que tiene los dos igual de mal.
Fue lo último que escuchó el destrozado Tomás, que ese día había aprendido una valiosa y dolorosa lección: no se debe subestimar al adversario, sobre todo sin llevar protección para sus vulnerables testículos.
Autor: Anarosa450
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