Antes de comenzar, quiero hacer un par de aclaraciones. En primer lugar, he borrado el anterior relato porque había un error con las edades de los personajes, por lo que ahora lo envío corregido. Os pido disculpas por el error. En segundo lugar, la temática de mis relatos es el ballbusting, que básicamente consiste en un hombre siendo humillado por una mujer, principalmente atacando sus genitales. Si esto no es de vuestro agrado no recomiendo leerlos. Disculpad la aclaración pero en todos los relatos hay gente que comenta que no les ve el sentido, por lo que me he visto obligada a hacerla. Gracias y espero que disfruteis del relato.
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Marisol, una exultante mujer de 28 años, se ve obligada a cuidar durante un fin de semana de sus tres sobrinos, los hijos de su hermana mayor. El único chico, Juan, es el mayor con 14 años de edad, y las dos chicas Ana y Rosa, tienen 12 y 8 respectivamente. Por la poca diferencia de edad, la relación entre Juan y Ana no es muy buena, con constantes discusiones que por suerte no suelen ir a más, ya que Juan siempre consigue intimidar a su hermana. La pequeña Rosa es una niña tranquila e introvertida, que por la cercanía de edad y por compartir género, tiene más apego por su hermana mayor que por su hermano, aunque se lleva bien con ambos.
Para pasar la tarde del viernes, Marisol decide llevarlos a la playa, donde pensaba broncearse mientras sus sobrinos juegan lejos de ella. Al llegar, la mujer empieza a desvestirse hasta quedar en bikini, haciendo que el hormonante chico se de cuenta de que su tia no es una mujer del montón, sino un bellezón. El cuerpo bronceado y perfecto de Marisol tampoco pasa desapercibido para Ana, y mucho menos cuando su tia se quitó también la parte superior.
– ¡Qué bien! Estamos solos en la playa.- dijo justo antes de lucir al sol sus perfectos pechos.
Juan no sabía ni a donde mirar, alternaba la mirada entre la blanca arena y las morenas tetas de Marisol, a la cual le hizo gracia ver el nerviosismo del chico.
– Id a bañaros mientras yo tomo un poco el sol. – les ordenó a la vez que colocaba la toalla para tumbarse.
La imagen de Marisol a cuatro patas con las tetas meneándose al estirar la toalla provocó una reacción en el joven pene de Juan, que se dio cuenta inmediatamente y empezó a sudar por miedo a que las chicas lo notaran. Corrió como un loco hacia el agua al grito de “tonto el último” para ocultar su creciente ercción. Una vez en el mar, a pesar de lo fria que estaba el agua, necesitó varios minutos hasta que su pene volvió a la normalidad, ya que no podia quitarse de la cabeza la imagen de su tia.
El chico, aburrido y cachondo, decidió divertirse desatando la parte superior del bikini de Ana, que no fue consciente de lo sucedido hasta que el sostén ya estaba en las manos de su hermano. Aunque Juan estaba detrás de ella, pudo ver durante unos segundos los senos de su hermana.
– Que tetitas tan pequeñas, comparadas con las de la tia Marisol parecen dos limoncitos.- dijo el chico entre risas.
Ana se tapó y exaltada le pidió que se lo devolviera. Pero antes de que Juan pudiera dar respuesta, una enorme ola los alcanzó y sumergió por un instante. Cuando recuperaron la estabilidad, el bikini habia desaparecido de las manos de Juan, que miró a su alrededor pero no vio nada. Ana, cubriendose con ambos brazos y casi llorando, salió del agua para pedir ayuda a su tía. Juan la persiguió disculpándose entre risas. Todo ante la sorpendida mirada de Rosa, que apenas habia hablado durante el dia.
Cuando Marisol vio lo que había sucedido se puso en pie con rostro serio y le pidió explicaciones a su sobrino, el cual solo pudo aguantar la risa. Al ver que ni siquiera mostraba arrepentimiento, a Marisol se le ocurrió una idea. Se acercó al chico y con un rápido movimiento le bajó el bañador hasta los tobillos y antes de que pudiera reaccionar le dio un pequeño empujón para derribarlo y poder quitárselo del todo.
En un santiamén Juan habia quedado en la misma situación que su hermana. Las chicas no se podian creer lo que habia hecho Marisol y ahora eran ellas las que aguantaban la risa al ver a su hermano cubriendose los genitales con cara de estupor.
– Ya estais en paz, cuando encuentres el sostén de Ana te devolveré el bañador.- le dijo Marisol con la prenda en la mano.
– Pero ya lo hemos buscado y no está.- resplicó el chico con la voz aguda a punto de llorar mientras se ponía en pie tapando sus vergüenzas con ambas manos.
– Pues entonces deberás ponerte protección solar en ese blanco culito. Venga! Dejad de cubriros que no hay nadie en la playa y estamos en familia.
Los chicos, muy nerviosos, se negaron a hacerlo. Pero finalmente, ante la insistencia de Marisol, Ana armó de valor y puso sus manos sobre sus caderas, con la cabeza alta en una pose de confianza en sí misma. Sus pequeños pero bien formados pechos quedaron bajo los potentes rayos de sol, frente a la sorprendida mirada de Juan, que no podía creer la valentía de su hermana.
– ¡Así me gusta! Demostrando la iniciativa femenina.- felicitó Marisol a su sobrina.- Ahora te toca a tí.- le dijo a Juan.
El avergonzado chico siguió negándose, pero Marisol lo amenazó con apartarle las manos ella misma y atárselas a la espalda, por lo que tuvo que obedecer.
Ante tres chicas, Juan fue el más perjudicado, todas las miradas se posaron en sus partes, todavia encogidas por la baja temperatura del agua.
– Pero si parece una trompita de elefante.- intervino la pequeña Rosa fijandose en el trozo de pellejo que sobraba del prepucio de Juan.
Ana y Marisol se echaron a reir con el comentario. El chico se sintió muy humillado, sus hermanas lo habian visto desnudo muchas veces, pero ya hacia varios años desde la ultima vez, practicamente desde que empezó a desarrollarse sexualmente.
Marisol les ordenó volver a buscar el bikini de Ana, ya que quería evitarse explicaciones innecesarias a su hermana. Los tres chicos obedecieron. En la orilla, despues de fracasar en la busqueda, comenzaron a culparse mutuamente por lo sucedido. Juan, impotente por no llevar razón, se avalanzó sobre Ana, cayendo sobre ella en la arena, donde forcejearon. Rosa les instó a que pararan, pero los hermanos no escuchaban y la pequeña fue en busca de su tía. Ana y Juan estaban ensarzados, sujetando las manos del otro y rodando por la arena.
Juan volvió a colocarse sobre su hermana, que intentaba desacerse de él con todas sus fuerzas. Finalmente, con un movimiento incosciente la rodilla de la chica impacto contra los expuestos testículos del joven, que gimió levemente y se quedó paralizado por un instante, asimilando el dolor que estaba a punto de padecer. Ana se dio cuenta inmediatamente de lo que habia hecho, ya que notó perfectamente el bolto blandito en su huesuda rodlla. Lejos de arrepentirse, Ana volvió a levantar la rodilla, esta vez queriendo y con más fuerza, impactando de nuevo contra el colgante punto debil del varón. La cara de Juan se descompuso a escasos centímetros de la de su hermana. Pálida, con los ojos desencajados y la boca abierta exalando un profundo gemido de dolor. Todo lo contrario a la chica, que sonreía satisfecha por el resultado.
Cuando Marisol llegó con Rosa, se encontró con su sobrino agarrandose la entrepierna en posición fetal y llorando amargamente. A su lado, una triunfal Ana rogocijándose en su victoria, aunque en sus pensamientos lamentaba no haberlo hecho antes. Marisol supo inmediatamente lo que había pasado y se acercó al chico para comprobar su estado, pero Rosa estaba totalmente perdida, sorprendida por ver a su hermana hacer llorar a su hermano mayor. Preguntó qué habia pasado, pero Marisol estaba en cuclillas junto a Juan preguntandole exactamente lo mismo. La debil voz entre sollozos del chico solo pudo expresar: “mis huevos…” antes de seguir llorando.
Rosa se acercó a Ana, preocupada por su hermano, y le preguntó qué le habia hecho para dejarlo así.
– Le he dado un rodillazo en los huevos. Bueno, en realidad dos, pero uno fue sin querer.- respondió orgullosa.
– ¿Como los huevos?¿Los….- volvió a preguntar señalando con un dedo su propia entrepierna, queriendo asegurar si se referian a lo mismo que ella estaba pensando.
– Claro, los huevos son el punto debil de los chicos, un golpe ahí y los dejas así. Ya deberias saberlo.- le aclaró Ana a su deconcertada hermana.
La mente de Rosa tardó unos largos segundos en procesar lo que acababa de oir, ella siempre habia visto a los chicos con la imagen de grandes, fuertes e indestructibles. Ciertamente, aunque sus padres y maestros le han insistido siempre en la igualdad entre hombres y mujeres, la superioridad física de los hombres le hacia dudar de ello. Descubrir que tienen una gran debilidad le produjo una gran sensación de satisfacción. Siempre es un momento especial para una chica cuando descubre la debilidad de los testiculos, encima Rosa lo habia aprendido con un ejemplo en vivo.
– Dejame comprobar si está todo bien ahí abajo.- pidió Marisol separando las piernas del chico al ver que no se recuperaba. Juan tenía los sensuales pechos de su tia frente a su cara, pero en ese momento solo podia pensar en el insoportable dolor testicular y de su bajo vientre. También se sentía avergonzado por ser derrotado por una niña, que además es dos años menor que él, pero lo que más lo avergonzaba era que su hermanita Rosa lo viera en esa situación, sabia que a partir de ahora no lo veria con los mismos ojos. “Pero un rodillazo en los huevos tumba a cualquier hombre”, se autoconsoló.
Cuando apartó sus manos, el aspecto de los genitales de Juan era bueno, no estaban hinchados y ambos testículos permanecían en el escroto. A Rosa le llamó la atención que ahora los testiculos de su hermano habian cambiado de aspecto, cuando su tia le quitó el bañador estaban encogidos y apenas se veian, pero ahora, debido al calor proporcionado por el sol y sus propias manos, colgaban muchisimo y ambas gónadas se apreciaban perfectamente. Ahora si que parecen realmente vulnerables, pensó. A pesar de su curiosidad, la pequeña prefirió no preguntar la causa de ese cambio, ya que no quería parecer una completa ignorante.
Juan tardó quince largos minutos en recuperarse, aunque el dolor no se fue totalmente, pero, aunque Marisol le preguntó varias veces si se encontraba bien y si quería que lo llevara al médico, el chico mintió y respondió que estaba recuperado. Los tres hermanos esperaban la reprimenda de Marisol a Ana por golpear deliberadamente una zona tan delicada, pero eso nunca sucedió. La mujer estaba orgullosa de su sobrina por saber defenderse, no iba a felicitarla, pero tampoco a censurarla por darle una lección a su hermano.
La tarde transcurrió con relativa normalidad, ya ninguno le daba importancia al hecho de estar desnudos. Marisol habia conseguido que perdieran la vergüenza y vieran el cuerpo con naturalidad. Juan actuaba como si no hubiera pasado nada, intentando que la humillante anécdota se pierda en el olvido. Pero Rosa nunca olvidará lo que ha visto y aprendido ese día, no podía dejar de pensar en ello, y miraba los colgantes testiculos de su hermano con curiosidad, sorprendida por como el escroto se contraía y relajaba a cada rato.
Cuando la tarde estaba finalizando, los tres hermanos disfrutaban de uno de esos momentos de los que no solian disfrutar muy amenudo, cooperaban ayudando a Rosa a hacer un gran castillo de arena en la orilla. Juan se mostraba dócil y amigable, como un verdadero hermano mayor, no queria provocar ninguna discusion en la que se recordara como lo habian dejado llorando patéticamente.
Cuando mas concentrado estaba Juan en la construccion, Rosa se colocó tras de él. Al estar él a cuatro patas, tenia una perspectiva nueva de esas colgantes bolas que tanto le habian llamado la atención. El sol se proyectaba intensamente en la parte trasera de los testiculos, que se meneában cual péndulo con los movimientos del joven. Rosa no podia quitarles ojo.
Ana, que estaba frente a Juan, se percató de las intenciones de su hermana y, disimuladamente, asintió con la cabeza en un gesto de aprobación. Rosa se arrodilló tras su hermano y lentamente deslizó su manita entre las separadas piernas de Juan, que seguía construyendo el castillo con entusiasmo, sin darse cuenta de lo que sucedía. Finalmente, la pequeña agarró firmemente los testiculos que tanto deseaba palpar.
Todos los musculos de Juan se tensaron al instante, pero para su desgracia en los testiculos no hay fuertes músculos, su única protección es un trozo de piel arrugada. Ana se echó a reir al ver que la expresión de Juan era la misma que cuando ella le dio el rodillazo. Rosa apenas estaba apretando, pero, aunque Juan lo negara, sus testiculos todavia estaban resentidos de los dos rodillazos de Ana y esa leve presion le provocó un gran dolor.
– ¡Que haces? Sueltame los OoooOOHH!!- fue lo que dijo el chico llevando una de sus manos hacia la zona genital, pero Rosa, para evitar que le apartara la mano, apretó instintivamente.
Cuando la niña dismunuyó la presión, Juan quedó con las manos apoyadas en la arena, alibiado porque dejara de apretar, e intentando recuperar el aliento. Volvió a pedirle que lo soltara, esta vez sin hacer un solo movimiento por miedo a un nuevo apreton. Ana pidió a su hermanita que no lo hiciera. “No puede hacerte nada, le dijo” consciente de que Rosa tenia a su hermano totalmente sometido.
– Ahora pídele perdón a Ana por perder su bikini.- ordenó la pequeña aumentando un poco la presión, con voz autoritaria.
– Vale pero sueltame por favor.- suplicó con la voz entrecortada.
– ¡Hazlo!- insistió Rosa apretando un poco más.
– OHHhh… lo siento… siento haberte quitado el bikini….- dijo justo antes de echarse a llorar desconsoladamente, tanto por el dolor como de la impotencia por no poder hacer nada.
– ¿No te da vergüenza que una niña de siete años te haga suplicar y llorar de esa forma?- le preguntó Ana entre risas.
– Por favor… vosotras no sabéis lo que duele… no lo soporto más.- insistió entre quejidos y lloriqueros, lo que hizo que Ana riera a carcajadas.
– Claro que no lo sabemos, gracias a Dios. No quiero ni imaginarme lo que debe ser tener esa cosa tan ridicula colgando entre las piernas y que encima sea una zona tan sensible. Ahora entiendo eso de “tener a alguien cogido por los huevos…”.-
A Rosa le estaba dando lástima su hermano, pero tenia demasiada curiosidad como para liberarlo. Toqueteo los testiculos durante unos minutos y sintiendo toda su anatomia en sus deditos.
– ¿Te das cuenta de que podemos hacer lo que queramos con él?- dijo Ana con una mirada perversa.
– ¿Qué propones?- preguntó Rosa seducida por las malas intenciones de su hermana mayor. Ya no quedaba rastro de lástima en su mente.
El chico, muy asustado viendo que la situación solo podía ir a peor, pasó por alto lo que su tia pudiera pensar al verle sometido por su hermana de 7 años y se dispuso a pedirle auxilio.
– AYUDA TIT….- otra vez sus palabras se transformaron en un agónico gemido, ya que Rosa intervino con rapidez cerrando su puño con todas sus fuerzas.
Las chicas miraron hacia arriba, esperando que su tia se levantara por el grito de Juan. Pero por suerte para ellas, Marisol, que estaba lejos, dormía profuntamente. Rosa, que seguía apretando esas blandas bolas con enorme fuerza, advirtió al chico que si volvía a pedir ayuda le arrancaría los huevos al instante. Todo mientras los retorcía girando su muñeca y provocando que el cuerpo de Juan comenzara a temblar, tanto de dolor como por el miedo.
Juan miró la expresión de su hermana Ana, una perfecta mezcla de diversión y vengatividad. Siempre pensó que las chicas son bondadosas e inofonsivas, pero ya había descubierto la maldad femenina. Él solo le había gastado una broma a su hermana dejándola con los pechos al aire, pero ellas fueron mucho más allá, no solo se conformaron con desnudarlo e incluso tocarlo, sino que han sido capaces de atacarlo en una zona tan íntima y delicada sin ningún remordimiento.
– Por favor dejame cogerlos un poco.- pidió Ana impaciente.
– Está bien pero que no dejes que se escape.
Juan, aterrorizado porque Ana fuera aún más mala que Rosa, volvió a suplicar clemencia. Pero las chicas, que apenas entendían sus palabras, lo ignoraron. El chico vio una oportunidad de escaparse cuando Rosa lo liberara y justo antes de que Ana se apoderara de sus atributos. Pero el inocente varón no contaba con la picardía femenina de Rosa, la cual tiró de sus testículos para que Ana cogiera la parte superior de su escroto, donde solo se encuentran los conductos espermáticos, de forma que fuera imposible escapar.
Al chico le pareció que tiraban de todos sus órganos hacia abajo, como si todo estuviera atado a sus testículos. Sintió que los frágiles cordones que los sostienen no daban más de sí, estaban a punto de romperse, pero no fue así. Hasta que el agarre de Ana no fue totalmente firme, Rosa no abrió su manita.
La chica sujetaba la parte superior del escroto como si lo estuviera estrangulándo, quedando los testículos bajo su mano, apretados en el resto de escroto, pero libres. Juan volvió a notar la brisa marina en sus partes, pero Ana se encargó de acabar con la sensación de alivio con una fuerte palmada en los maltrechos huevos.
– Esto es por dejarme con las tetas al aire.- gritó mientras golpeaba una segunda y una tercera vez, cada vez con más fuerza. El cuerpo de Juan se convulsionó con cada tortazo.
La chica cambió el agarre para coger los huevos tal y como los tenía Rosa, pero el sudor, unido a la movilidad de éstos, hizo que se le escurrieran por un segundo. Juan no desaprovechó la oportunidad para ponerse rapidamente en pie. Rosa sintió que se venía la venganza de su hermano, pero Juan no estaba en condiciones de vengarse en ese momento, por lo que huyó en busca de Marisol.
Juan solo quería alejarse del par de locas que tenia como hermanas. Sintió la mayor sensación de libertad que jamás un hombre haya sentido, pero pronto sus propios testículos le devolvieron a la realidad. Además del inmenso dolor, en su desesperada carrera hacia la libertad, su desnuda masculinidad rebotada de un lado a otro, golpeándose contra sus muslos. Al quinto paso sus piernas le flaquearon y cayó a la arena.
Sin embargo el asustado chico no se dio por vencido, “no puedo dejar que me cojan de nuevo”, se dijo, y utilizó el resto de sus fuerzas para ponerse en pie. Pero Juan no se percata de que Ana corre hacia él a gran velocidad y, antes de que consiguiera levantarse, patea desde atrás los colgantes testículos. Los golpeó con el empeine cual jugadora de fútbol profesional, aunque ella no había pateado una pelota, sino dos.
La patada fue tan fuerte que empujó a Juan hacia delante, haciéndolo caer de boca en la arena sin que ni siquiera pusiera las manos delante. Quedó tumbado bocabajo, con media cara enterrada en arena, los brazos a los lados del tronco, inmovil, dejándo ver entre sus piernas unas enrojecidas bolas que comenzaban a inflamarse sobre la cálida arena.
Parecía inconsciente, pero nada más lejos de la realidad, simplemente no tenia fuerzas ni para agarrarse y retorcerse, pero sentía el creciente dolor en cada milímetro de sus testículos. También oyó como Rosa felicitaba a Ana por la fulminante patada y continuaban burlándose entre risas del punto débil masculino mientras observaban los testículos que poco tiempo antes habian torturado de todas las formas posibles.
A varios metros de ellos, Marisol despertaba por fin de su siesta. “Qué cabezada más tonta”, pensó mientras se incorporaba, ignorando lo que había pasado mientras descansaba. Se levantó y buscó a sus sobrinos con la mirada, sus ojos aún no se habían habituado a la luz, pero poco a poco consiguió enfocar. Su sorpresa fue enorme cuando vio a su sobrino desplomado e inmediatamente corrió en su ayuda.
“¿Qué habrá pasado?” se preguntó mientras llegaba, “si estaban construyendo un castillo de arena tranquilamente”. La imagen de las tetas de Marisol botando mientras corría le hubiera encantado a Juan, pero en ese momento su mirada no lograba enfocar nada, ni su mente estaba para pensar en eso, mucho menos sus genitales.
– Déjame hablar a mí.- ordenó Ana al ver a su hermana muy nerviosa por la llegada de Marisol.
– ¡Qué ha pasado?- preguntó esta vez en voz alta.
Pero el chico no reaccionó y las chicas se encogieron de hombros.
– No se, se puso así de repente.- dijo finalmente Ana.
Marisol agarró al chico de los hombros y le dio la vuelta hasta ponerlo boca arriba. Luego, a la vez que le quitaba la arena de la cara, repitió la pregunta. Pero el chico permaneció en silencio mirándola a los ojos, con aparente dificultad para respirar. Juan ni siquiera había intentado hablar, pensó que tal vez era mejor continuar con la mentira de sus hermanas y que así nadie supiera la humillante paliza que le habían dado.
– ¿Ha sido un golpe de calor? Respondeme.- insistió desconcertada.
Esta vez Juan sí intentó hablar, pero de su boca solo salió un gemido de dolor, un gemido característico que Marisol identificó de inmediato. Rapidamente depositó la mirada en las chicas, que a su vez miraban la parte baja de Juan, concretamente a sus hinchados testículos. Las gónadas de Juan colgaban pesadamente entre sus piernas, medio cubiertas por la arena, a pesar de eso, se apreciaba el color amoratado del flácido escroto.
Cuando Marisol se dio cuenta de donde estaba el problema, sacudió la arena de los testículos de su sobrino sin nunguna delicadeza. “Joder, han hecho un buen trabajo” pensó mientras se preguntaba qué le habran hecho para dejarle los huevos en ese estado.
– ¿Qué le habeis hecho?- preguntó con más curiosidad que preocupación. Pero no obtuvo respuesta.
– Estas dos cosas son el punto débil de los hombres -dijo mientras sostenía los testículos en la palma de su mano- está bien que sepáis utilizar su debilidad -continuó- solo hay que saber cuando parar, pero por lo que veo vosotras se habéis pasado cuatro pueblos.
– ¡Y tú? ¿Cómo has dejado que dos niñas te machaquien los huevos?- recriminó a Juan, que solo pudo mirarla con expresión de auténtica vergüenza.
Marisol, más preocupada por no saber explicar a su hermana cómo su único varón había acabado con los genitales destrozados que por la salud de su sobrino, separó la espalda de Juan de la arena y lo agarró por las axilas. Acto seguido ordenó a Ana que le cogiera las piernas y la ayudara a llevarlo hacia arriba.
La chica apenas podía con el peso de su hermano, por lo que caminaba lentamente sujetándole las piernas por encima de los tobillos, apoyadas sobre sus caderas. Las piernas de Juan apretaban con fuerza, intentando juntarse instintivamente para adoptar la típica posición fetal. Pero el cuerpo de su hermana lo impedía, al igual que tampoco podía agarrarse los testículos como también le pedía el instinto.
El chico, sin poder hacer nada, sollozaba por el insoportable dolor, mirando al cielo con la esperanza de despertar y que todo hubiera sido una terrible pesadilla. Ana, que cada vez tenía más dificultades para cargar con su hermano, no le quitaba ojo a los testículos de este, . Estaban hinchadísimos y colgaban muy muy bajos, como si la bolsa escrotal no pudiera soportar el aumento de peso. A cada paso de Ana y Marisol se balanceaban cual péndulo de carne.
Finalmente, la chica se hartó de cargar con su hermano y hizo lo que llevaba varios segundos pensando: con las fuerzas que le quedaban pateó los expuestos testículos del chico. Nada más verlo, Marisol soltó a Juan y se dirigió hacia Ana visiblemente enfadada, pero la chica había hecho lo mismo y huyó corriendo. Al soltar las dos practicamente al mismo tiempo, el cuerpo de Juan cayó sobre la dura arena mojada, colisionando en primer lugar lo que estaba más cerca de esta, es decir, sus recién pateados testículos.
Tras esos dos golpes practicamente al mismo tiempo y el ya más que lamentable estado en el que se encontraban sus criadillas, el vientre del chico se contrajó y, con los ojos desencajados y la boca abierta, exhaló un largo y agónico gemido. Hasta que por fin se desplomó y perdió el conocimiento.
Rosa, que había observado toda la escena con diversión, se acercó al inmovil cuerpo de su hermano mayor. Separó un poco más sus piernas y se situó entre ellas, luego colocó su pie bajo los testículos y, apoyados sobre sus dedos y parte del empeine, los levantó y bajó varias veces, como comprobando si Juan estaba totalmente desmayado. Y así era, no hubo reacción alguna en el chico, lo unico que se movió en su cuerpo fueron sus genitales gracias al pie de Rosa.
– Que cosa tan ridícula.- comentó en voz alta sin quitar ojo del blando pedazo de carne que reposaba sobre su pequeño pie.
Con el dedo gordo y el dedo índice del pie, pellizcó el escroto de su hermano y tiro de él hacia abajo, alcanzando la arena sin dificultad antes de soltarlo. Miró a su alrededor en busca de Marisol, que acababa de alcanzar a Ana y le reprochaba su actitud enérgicamente. Al comprobar que su tia estaba ocupada, Rosa alzó su pierna hacia atrás y rapidamente estrelló su empeine contra los huevos que instantes antes sopesaba.
La patada fue brutal, pero siguió sin haber reacción del maltratado chico. Rosa se agachó en cuclillas y llevó su mano hasta la entrepierna de Juan. “Lo mejor será desacerse de estas patéticas bolas que ni siquiera sé para qué sirven, solo para darle dolor a los chicos”- pensó. Agarró los huevos de su hermano, que apenas le cabían en una sola mano, y apretó con fuerza.
“Creo que un tirón seco hacia arriba será suficiente… a la de tres. Una… dos… y tres. Pero en el último momento se arrepintió. “Si le arranco los huevos nunca más podré volver a golpearlos o apretarlos. Cómo he podido ser tan tonta de querer quitárselos, es mejor que siga teniendo huevos, así seguirá siendo débil.” Concluyó mientras dejaba de apretar.
Autor: Anarosa450
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